¿Sabías que los niños son meditadores naturales? Pues sí, aunque no sean conscientes de ello, los niños están profundamente conectados con el mundo que les rodea y con el momento presente. Por eso, enseñar a meditar a niños es muy fácil porque ya tienen las herramientas necesarias en sus manos. Sólo hay que hacer algunos “ajustes”.
Los niños repiten lo que ven, por eso es importante que tu hijo te vea meditar y que vea que es algo agradable y lleno de beneficios tangibles. Déjale que se siente contigo y empiece a meditar unos minutos. De hecho, invítale a que medite un minuto por cada año que haya cumplido.
El niño tiene que relajarse y disfrutar, por eso, existen unos métodos:
Cuando tu hijo se hace daño o está enfadado, enséñale a respirar. En vez de preguntar qué le ha pasado, céntrate en darle apoyo emocional. Dile “eres valiente y muy fuerte”. Luego dile que respire hondo para decirle a su cuerpo que está bien.
Juega el juego y felicítale por cada minuto que se quede quieto. Si tu hijo no se queda sentado, puede hacer respiraciones mientras camina. Lo importante es no hablar.
Los niños necesitan rutinas. Por lo tanto, medita a una hora determinada cada día, y que tu hijo lo haga contigo. Para los niños la mejor hora tal vez sea antes de la siesta. Pero es cuestión de probar.
Enseñar a tu hijo la meditación merece la pena. Los beneficios son tan numerosos que no dejarás de meditar con él, y él te lo agradecerá a través de su comportamiento, ya que estará más calmado, más concentrado, gestionará mejor sus emociones, mejorará su sistema inmunológico y básicamente, será más feliz.